EL MAR Y LOS HOMBRES
EL MAR Y LOS HOMBRES
Siempre he tenido miedo al mar y a los hombres. Lo extraño es que cuando lo he contado, a nadie le parece raro. Nadie me pregunta cosas como: “¿Te ha pasado algo en el mar? ¿Te ha hecho daño algún hombre?”. Todo el mundo parece entenderlo. Incluso muchos de ellos me dan la razón. Me dicen: “Normal. Los hombres son gilipollas.” O: “Normal. ¡El mar es tan grande! A mí también me da miedo, pero solo si me cubre.” No comprenden la profundidad de la palabra miedo. Yo no temo ahogarme en el mar. ¿He dicho yo eso? Yo lo que digo es: “Tengo miedo al mar.” Yo lo que afirmo siempre es: “Temo a los hombres.” No cuento una historia sobre un hombre en particular con el que me ha pasado algo en concreto. No suelto: “¿Recuerdas a Pepito, el tipo ese que parecía tan majo? Pues es un psicópata que me espera a la salida del trabajo y camina despacio detrás de mí por el paseo marítimo desde que lo dejé.” De alguna manera, dan por sentado que es normal que haya tenido un suceso traumático jugando en la orilla de pequeña. Ya sea con el mar o con los hombres. Y lo cierto es que a mí no me ha pasado nada. Tanto una cosa como la otra han sido justas conmigo; fieles a su naturaleza, si quieres verlo de esa manera. Claro que alguna ola me ha dado un revolcón, y por supuesto que me he cruzado con montones de hombres que no merecían la pena, pero en ningún caso, en mi relación con ellos, me ha traumatizado algo de lo que yo sea consciente. Insisto: ni con el mar ni con los hombres. “No tendrás tanto miedo cuando todavía te bañas en verano en la Costa da morte”, dice una. “No te atemorizarán tanto cuando no dejas de follártelos”, dice este. Y yo me exaspero. Y me centro en mí misma y me aparto del mundo. Y me vengo a la playa a tomar el sol, a enterrar los pies en la arena, a curarme un poquito. Y aquí, por fin, la ansiedad baja. Centro mi vista en los barcos a lo lejos, no en el azul que los rodea. Me concentro en las mujeres que caminan alegres hablando entre sí y obvio al resto de personas. De esta manera, consigo disipar mi noción de mar y de hombre. Logro, aunque sea por un corto periodo de tiempo, apaciguar el dolor que me produce el miedo incontrolable e incomprensible de dos cosas que me apasionan tanto.
¿No crees que igual esto no tiene que ver ni con el mar ni con los hombres? ¿Que es relativo al mundo en el que vivimos, que es ineludible a nuestra propia existencia? ¿Que es normal que el mar cause ese abismo en todo ser terrestre? ¿Que el peso de la historia grabado en nuestra genética nos advierte de lo que son capaces los hombres? Y yendo más allá, ¿qué relevancia tiene todo esto en tu vida? No lo digo a modo de confrontación ni para que dejes de cuestionarte cualquier cosa que te resulte importante. Lo pregunto para que no acabes en este estado de nervios después de una conversación casual con cualquier ser anodino. Yo soy tu amiga y te escucho las veces que haga falta, pero no creo que sea sano para ti tomarte las cosas tan en serio. ¿Cuál es el problema si la gente no lo entiende? ¿Qué hay de malo en tener que explicarlo? ¿Y si no quieres hacerlo, para qué empezar la conversación? Es como si quisieras que te entendieran a la primera, y si no es así, te enfadas como una niña pequeña. Sí, no me mires así. Tienes toda la razón, pero es que tener la razón no sirve de nada. ¡Déjate de mares, déjate de hombres, y relájate! ¡Disfrútate tú sola! Aquí, en la playa.
No. Lo siento. No puedo dejarlo pasar. Tengo que explicarle lo de los ferris. Tengo que contarle cómo saboteo todas las relaciones que me importan. Ya. Ya sé lo que vas a decir: “Que la que más sufre soy yo, que lo acabo de conocer, que me espere a estar más tranquila…”. Y tienes razón en todo. Incluso en que lo de que llevar razón no sirve de nada. Pero es muy importante que se entere de cómo me siento. La gente no puede ir por ahí ofen… Es aquel, ¿no? A lo lejos, caminando por la orilla. Sí, sí, es él. Bueno, igual se ha dado cuenta de su error. Que venga ya es un paso, quizás lo había juzgado mal. Está claramente arrepentido. Ya, ya sé lo primero que le voy a decir. Le voy a decir: “Jamás cogería una barquita de esas a pedales, pero he buceado con tortugas en las islas Gili. Puedo montar en barco, pero jamás duermo en uno. No te pido que me comprendas, pero tampoco me juzgues. Y yo me follo a quien quiero. Ahora no. Quiero decir cuando estoy soltera. Te lo repito, no es una pose. Yo tengo miedo a los hombres. No te tengo miedo a ti. ¿Lo entiendes así?”.